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13 junio 2014

Cerro Pabellón, silencio, gozo y libertad


Allá arriba, en la cima del cerro Pabellón -donde reinan el viento y el silencio- el cóndor abre sus alas, paraliza el tiempo y el cielo de Tucumán se vuelve mágico. En el Valle de Tafí se encuentra uno de los picos más desafiantes para los amantes del trekking: está a 3.750 metros sobre el nivel del mar.

Desde que el hombre aprendió a caminar se enfrentó a diversos retos. Al principio estuvieron directamente vinculados con la supervivencia. En la actualidad suele encarar los desafíos por diversas razones. Entre ellas, la vida sedentaria, el estrés y el ruido interminable de la ciudad llevan a muchos a buscar aventuras en la naturaleza. Y posan sus miradas en los cerros y en las montañas (al menos eso es lo que sienten los amantes del senderismo). La del Pabellón es una cumbre que parece estar al alcance de la mano.

Para ascender a este majestuoso cerro se requiere de una jornada completa. Lo ideal es emprender la salida en vehículo desde San Miguel de Tucumán, no más allá de las 7. Tras recorrer la ruta provincial 307, la
única que une al llano tucumano con Tafí del Valle, se accede a la villa turística que, en invierno y aún con sol, tiene temperaturas mucho más bajas que las de la capital tucumana (se encuentra a más de 1.800 metros sobre el nivel del mar).

La caminata se inicia en las afueras de Tafí, hacia el norte, a la altura del Cristo Redentor, una escultura que se encuentra a tres kilómetros del centro y a metros de la ruta. Allí, incluso, hay espacio para dejar los vehículos. Esta vez, la trepada será junto al equipo de Rumbo Norte, cuyos integrantes se han especializado como guías de montaña; son una compañía recomendable para desafíos de este tipo.

El viento se hace presente apenas se inicia la trepada y pega desde nuestras espaldas, a donde quedaron la villa y el dique La Angostura, cada vez más pequeños a medida que se asciende. Las heladas ráfagas, aún débiles, llegan acompañadas por una sorpresa: la nieve que cubre el suelo. El fenómeno de grandes dimensiones, poco usual para Tucumán, se produjo unos días antes. Los 20 caminantes no resistimos la tentación, armamos pequeños terrones e improvisamos una breve batalla. Pero no hay tiempo que perder, y seguimos.

Subimos por una senda que entra y sale de un bosque de alisos. A esa altura, el sol comienza a calentar y es hora de despojarnos de parte de los abrigos y colocarnos los anteojos de sol. También es necesario rehidratarse y alimentarse. Lo conveniente es hacerlo cada una hora y media, al menos, o mientras se camina. Subimos. Hacia arriba, el azul diáfano del inconmensurable cielo; hacia adelante, la senda; hacia ambos lados, los picos de montañas lejanas, pero que parecen estar muy cerca.

Durante una nueva parada y mientras identificamos a lo lejos el pico del cerro Nuñorco y los de las cumbres de la cadena del Aconquija, un cóndor andino pasa sobre nosotros. Todo parece suceder en cámara lenta. Orondo y de negras e interminables alas, parece que nos mira. Nos sentimos seres insignificantes que caminan por un terreno que les es ajeno. Gira, vuelve y otra vez nos observa y sigue. Silencio. En ese preciso instante comprendemos por qué es el “rey de los Andes”. Subimos.

Son las 13. Algunos sienten los efectos de la altura. Otros lo neutralizan al modo tradicional e improvisan un acullico con hojas de coca. Paramos a almorzar, rodeados por piedras inmensas que parecen hacer sido ubicadas allí a propósito.

De algún modo, su monumental presencia intimida. Es como si se tratara de acorazados vigilantes que no se pierden nada de lo que hacemos. Y es por eso también que la montaña parece tener vida. Late.

Ataque
Queda el último tramo, el que los montañistas llaman la etapa de ataque a la cumbre. El grupo se divide en tres. Por un lado, los más audaces y mejor preparados; por otro, los que intentarán hacerlo a paso lento, y, por último, los que optan por quedarse. Para alcanzar la cima, nada mejor que una buena dosis de chocolate en barra y dejar parte de la carga con el equipo que ya no avanza.

Media hora antes de llegar a los 3.750 metros sobre el nivel del mar, el viento nos pone a prueba. Las ráfagas son de intensidad moderada a fuerte. El uso de los bastones debe reforzarse con el apoyo de las manos en las rocas y medir cada pisada. Aunque parezca una contradicción, la fuerza bruta de la naturaleza también se disfruta. Ese camino en soledad ensimisma, sobrecoge y pone a prueba el espíritu.

Son las 14.30. Los primeros caminantes arribamos al pico del Pabellón. Nos abrazamos felices. El cielo, el viento y el sol nos saludan. Sin dudas, la Pachamama es la que nos ha permitido llegar a nuestro destino, tras cinco horas de caminata. Nos envuelve un paisaje inigualable. Silencio, gozo y libertad.



Consejos
- Llevar al menos dos litros de agua y suficiente, aunque no abudante comida: alfajores, frutas secas, sánguches de fiambre y queso, o de pollo.
- Abrigarse, pero no en exceso. Guantes, gorro, anteojos de sol, camiseta térmica, calzas y una campera de neoprene o material similar.
- El calzado debe ser específico para trekking y bastones.
- Muda de ropa para usar al finalizar el recorrido.
- Botiquín de primeros auxilios con antiinflamatorios, desinfectante, vendas y cinta adhesiva.

A tener en cuenta
- El ascenso tradicional, desde El Cristo Redentor, implica un recorrido de aproximado de 8 kilómetros, con un desnivel de 1.700 metros a superar.
- El cerro Pabellón es el primer grande de la cadena de Cumbres Calchaquíes tucumanas, con una altura de 3.750 msnm.
- Desde su cumbre hay una vista panorámica íntegra del valle y los sistemas montañosos que la rodean; como así también de las cumbres de Raco al Noreste.






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