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13 noviembre 2014

El periodismo y sus mutaciones: somos antenas


Soy periodista. Mi primera aproximación a una redacción fue cuando aún se escuchaba el repiqueteo de las teclas de las máquinas de escribir y había sólo dos computadoras conectadas a internet. En esa misma oficina, en las que éramos alrededor de 25 trabajadores, entre periodistas, archiveros, fotógrafos, diagramadores y caricaturistas, aún se podía fumar. Insoportable para quienes no lo disfrutábamos.

Una de mis primeras tareas fue trabajar en la sección de noticias internacionales, "cables”, le decíamos. Por lo tanto, tuve la suerte de manejar una de esas dos computadoras a las que pocos tenían acceso. La conexión era tan pero tan lenta que ingresaba al sitio de noticias y mientras la página se abría, tenía tiempo
para ir al traer un café. Al regreso, aún el proceso de conexión no había concluido. Igual, lo disfruté. Corría 1998. Tiempos de conexiones dial-up y su inolvidable sonido.

Y así llegó el nuevo milenio. De a poco fue creciendo el número de computadoras conectadas a internet y trabajar así era otra cosa. Por entonces ya formaba parte de la sección donde se cocinaban las noticias locales. Es decir, mi trabajo era patear la calle y mucho teléfono. Igual, me daba mañas para navegar en internet. Podía más mi curiosidad que el cansancio del final del día.

En esos años tenía un programa de radio, el primero de una FM de mi ciudad, Tafí Viejo. Para llegar preparado al día siguiente, cada noche registraba declaraciones en los informativos de la tv en un grabador a casete, de los grandes, y luego hacía las ediciones en un equipo doble casetera. Todo artesanal.

Mientras tanto, conducía y producía un programa en la televisión por cable que se veía en toda la provincia que después saltó a la tv por aire. Un magazine de mi ciudad, que acababa de cumplir 100 años. También aquí, nos las ingeniábamos con el camarógrafo para hacer los registros y editar. Dos editoras a casetes VHS (los súper no eran tan nobles) y una tercera en donde se hacía la edición final. También, todo artesanal. Valía el esfuerzo.

Pero algo cambió en mi modo de visualizar el futuro de nuestra profesión en 2004. Navegando, leyendo, estudiando y después de estar horas sentado frente a la computadora, tomé la decisión: el futuro era aquí y ahora y destinaría gran parte de mis esfuerzos a aprehender los secretos del periodismo digital. Así, un día me encontré sentado en el anfiteatro de la UCA, en Puerto Madero, asistiendo al 1° Encuentro de Periodismo Digital Panamericano, organizado por Infobae.com. Corría el 2004. Desde entonces no paré. Hice cursos, talleres, asistí a charlas, debates y seminarios. Y lo sigo haciendo.

Han pasado 10 riquísimos años, ya no se fuma en las redacciones. Atrás quedaron los casetes de las grabadoras de audio y de los programas de cable, aunque atesoro algunos. Cuánto cambió en nuestra profesión. Seguimos siendo periodistas, siempre lo seremos, pero cuántas herramientas nuevas están ahora a nuestro alcance y sobre todas ellas prevalecen dos: internet y los smartphones. Este maridaje lo puede casi todo: registra, edita, comparte y dialoga con las audiencias, lo que antes era para nosotros casi de película de ciencia ficción.

Mientras antes corríamos desesperados detrás de un hecho, del que nos enterábamos casi siempre tarde, ahora casi todo está al alcance de la mano. Sólo hay que saber buscar, mirar y mediar. Hasta no hace mucho debíamos andar con las antenas bien paradas, atentos a alguna señal que pudiera llevarnos a la noticia deseada. Hoy, somos antenas. La casi inseparable unión con nuestros teléfonos –a los que nosotros debemos convertir en inteligentes- hizo de nosotros verdaderas plataformas.

Aún así, nada reemplaza a la mirada del periodista siempre atento, tenso como un resorte. Porque una frase, una foto, un video, un dato –por más pequeño que nos parezca- podría convertirse en la punta del ovillo de la noticia esperada. Que la abrumadora avalancha de datos no nos pueda. Seamos periodistas. 

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