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02 octubre 2017

El Candilejas, de templo de la magia a estacionamiento


La magia del cine me pudo en los años 70 con los films "La Guerra de las Galaxias" y luego con "Superman", era apenas un niño. Más tarde, en los 80, adolescente, viajé en ómnibus desde mi ciudad, Tafí Viejo, al mismo cine para disfrutar de "ET" y luego de "El color púrpura", entre otras películas inolvidables.

Más grande, retorné a esa misma sala para salir entre sollozos luego de emocionarme con "Cinema Paradiso". Jamás volví a ese lugar porque los años 90 acabaron con los enormes, monumentales y
bellos cines de pantallas increíbles. La modernidad barrió con ellos y desaparecieron de a uno de Tucumán.

Eran tiempos en los que no se comía ni bebía cuando se apagaba la luz y un haz de luz salía desde una cabina pequeñita y se transformaba en imágenes en esa gigantesca "sábana blanca", como llamábamos de niños a la pantalla. Había que hacer un casi religioso silencio para que nada interrumpiera el viaje que duraría una hora y media o dos.


Hace unos días me esperaban para una reunión de trabajo en el centro de San Miguel de Tucumán e ingresé un poco apurado, buscando un estacionamiento. Observé un cartel de "Hay lugar" en 9 de Julio primera cuadra y no lo dudé. Bajé la velocidad, giré y me encontré ingresando a aquel cine de mi niñez: el Candilejas. Pero en auto.

Lo que alguna vez fue un templo de magia y entretenimiento se había convertido en un estacionamiento. Mientras ingresaba, en cámara lenta, me invadió un vacío, una desazón y una tristeza que no pude disimular. Estuve a punto de llorar.

Casi nada había cambiado en su interior, como si todo se hubiera hecho a las apuradas y hubieran arrancado de cuajo a las mullidas butacas, la pantalla y los parlantes. Lo único nuevo, las marcas en las paredes para delimitar el lugar de cada vehículo. En lo que supo ser la boletería ahora entregan el ticket del tiempo de permanencia.

Bajé en silencio y pude hasta caminar por lo que supo ser uno de los pasillos laterales de la sala. Me abrumaron los recuerdos de mi madre y de mis hermanas cuando vimos "Superman"; cuando fui con mis amigos del barrio a ver "ET" y esa vez que lloré hasta quedarme seco con "Cinema Paradiso".

No hay una reflexión de remate, ni siquiera una moraleja. El paso del tiempo es irreversible, cambia, todo cambia. Aún en su nueva función, el Candilejas seguirá siendo el cine de mi niñez y el hueco inmenso de la pantalla ausente sólo me recuerde que "hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad".





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