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21 mayo 2021

Periodismo y mundo coronavirus, informar en situación de peste

"Hay que endurecerse pero sin perder jamás la ternura", dicen que dijo Ernesto Che Guevara alguna vez y la frase se transformó en remeras y flyers que recorren las redes sociales. Estas nueve palabras bien pueden aplicarse al oficio de periodista, por eso de dejar de naturalizarlo todo, de impostar neutralidad porque así nos enseñaron a ejercer lo que elegimos para nuestras vidas. Como si alguien pudiera inventarse una escafandra contra las tristezas, los enojos, malestares y las alegrías. Va, estas últimas sí son políticamente correctas de mostrar en público.

Por más que con porfía se pretenda mantener cierta distancia con los hechos sobre los que investigamos, leemos e informamos, algunas veces las emociones desbordarán por los ojos, las manos, la voz o por donde sea, porque el cuerpo y el espíritu avisan y tienen las más extrañas y sorpresivas formas de hacerse presente. 

Desde el 1 de febrero de este año estoy en LV12 de Tucumán, que transmite en AM y FM, y es la radio que más se escucha en la provincia y en la región. Todos los días me sorprenden los orígenes de algunos mensajes. El programa "La Mañana de la 12" va de lunes a viernes, de 9 a 13, prime time puro y duro. Al palo. Y a mí me toca el espacio de la información pura y dura, más la mayor parte de las entrevistas, además de intentar amenizar con algo de simpatía (ojalá lo haya logrado).

Hasta este 21 de mayo llevo 79 días en el aire, algo así como 316 horas e igual número de entrevistas. Arranqué un lunes cuando en Tucumán hubo 100 casos de covid 19 y dos fallecidos. Poco, dirán las estadísticas, pese a estar en medio de la peste más grande de los últimos años. Además de haber vivido casi de niño el horror de la última dictadura cívico militar, luego la Guerra de Malvinas, el retorno de la democracia a nuestro país, las consecuencias de las políticas de Alfonsín, Menem, Bussi electo en Tucumán, De la Rúa, Rodríguez Saá, Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina Fernández, Mauricio Macri y Alberto Fernández, también podré contarle a mis nietos y nietas que sobrevivimos a una peste (ojalá).

Desde ese primer programa el 80% de las entrevistas -cuatro por día, en promedio- fueron a médicos, especialistas, investigadores, científicos, políticos/as y referentes sociales internacionales, nacionales y locales por un tema excluyente: la pandemia. A este tiempo de aire le debo sumar las horas previas de lectura de artículos y noticias y la actualización en tiempo real durante gran parte del día sobre la situación del coronavirus en el mundo, en Tucumán y hasta en Tafí Viejo, mi ciudad, mi lugar en el mundo. Es decir, construí a mi alrededor una burbuja Covid 19.

Este 21 de mayo las cifras de contagios y muertes son espantosas.  En Argentina, 35.468 contagios y 695 muertos; mientras que en Tucumán hubo 17 muertes y 1109 nuevos contagios. Mal, muy mal, a horas del inicio del endurecimiento de medidas de restricción de movilidad porque como se demostró a nivel mundial, más allá de la vacunación y de los testeos, es crucial la inmovilidad social para ralentizar el avance de la pandemia para que no colapse el sistema de salud.

¿Y en el medio? En el medio nuestros muertos. Y digo "nuestros" porque a diferencia del año pasado, los nombres de fallecidos son cada vez más cercanos a nuestras historias personales y promedian los 50 años. Un familiar, un amigo, vecino o conocido de toda la vida, de esos que saludabas con simpatía porque te cruzabas en cumpleaños de 15, en boliches, en algún partido de fútbol entre barrios o de compartir el ómnibus, por eso de vivir en una misma ciudad. 

Con ellos y ellas, con los que se van, a mazazos limpios los recuerdos nos desbordan, rodean, aprietan con fuerza en el medio del pecho y después mutan en un vacío. Tengo mis propios nombres para llorar. Juan Carlos, Santiago, Claudia y Mariela, entre otros. En las estadísticas son un  número, un pedacito pequeñito de una rayita que sube y sube. Imposible que esos datos nos hablen de sus carcajadas, sus miradas, de sus voces, sus familias y de quienes los amaron.     

Hace unos días entré en un cuadro de angina, me medicaron e hice reposo. Quizás fue un modo, una señal que me indicaba bajar un cambio. Además me hisoparon para salir de la duda, por eso de descartar que se tratara de un cuadro de coronavirus. Entre los síntomas reales y esa burbuja Covid 19 en la que habito, las horas hasta saber el resultado del testeo fueron de una tensión inesperada. Fue "no detectable" y todo volvió a la "normalidad", como si vivir en situación de peste fuera normal. 

El cuerpo que habito, el espíritu que heredé y forjaron mis antiguos me obligan a pararme del lado de la humanización de las noticias, a mirar detrás del número y de la cifra para encontrarme con las historias. Porque periodista, siempre e inexplicablemente. Como dijo alguna vez el gran Gabriel García Márquez sobre el periodismo: "Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente".


Foto: Diario El País, de España