13 abril 2014

Anfama, "trepada fiera, puro silencio" y pura belleza


“Trepada fiera, puro silencio
es esta huella que lleva a Anfama,
como un abuelo me cuenta el río
de cuando vio a don Mercedes Yampa,
envuelto en niebla, chispia’o de vino
desbarrancarse al pechar el abra”
(Fragmento de “Mercedes Yampa”, zamba de Néstor Soria y Topo Encinar).

A 2.000 metros sobre el nivel del mar, en el corazón de los cerros tucumanos, entre el llano y el Valle de Tafí, está Anfama. Bajo el abrigo del sol, las nubes, el azul diáfano del cielo y el verde, vive un puñado de familias. No es un caserío tradicional. Las casas se encuentran en las cimas de las lomas, separadas por alrededor de 500 metros, en línea recta, que son muchos más para cubrir a pie o a caballo. Este cuadro pintado a mano está al alcance de la mano. El punto de partida de la senda está en el puente del río Grande, en la ruta provincial 341, que une Tapia con Raco y el Siambón. Se puede llegar caminando hasta la escuela del lugar, el eje de la vida comunitaria. Sólo hacen falta un poco de paciencia, algo de entrenamiento,
disponer de un día completo y ganas, muchas ganas de vivir una experiencia que jamás se olvidará.

Lo recomendable es cubrir el recorrido con otros intrépidos, es decir, sumarse a uno de los grupos de aventureros de los que ya existen en Tucumán y que promocionan la práctica de trekking a los cerros.

Esta vez, haremos la travesía de la mano de Martín Merino, un rumbero de esos que de tanto subir a los cerros, puede cubrir algunos de los recorridos con los ojos cerrados y eso genera confianza. Sobre todo en este caso, en que el río nos obligará a que lo crucemos nueve veces. Y cada una con sorpresa incluida. La primera será la llegada de un perro de vaya uno a saber dónde. El mestizo, negro y blanco, se pegó al grupo y cubrirá todo el recorrido a cambio de unos bocados de lo que sea y de algunas muestras de afecto.

Cuando aún recorremos los primeros minutos rodeados de añosos árboles llenos de lianas por donde apenas pasa el sol, aparecen baqueanos a caballo. Bajan desde Anfama y Chasquivil a comprar las mercaderías para la semana. Otros, ya están de regreso. Todos, saludan con familiaridad acogedora.

Una, dos, tres, cuatro y así hasta llegar a nueve. Estos son los cruces del río Grande. Para hacerlo, nada mejor que formar una “cadena humana”. El perro que nos acompaña demuestra su experiencia y casi no duda. Moja sus patas, se arroja, se deja llevar por la corriente y llega a la otra orilla. Apenas cruza se sacude el agua, mueve su cola y a seguir la marcha.





Subiendo, subiendo
Tras dos horas de caminata los añosos árboles ha quedado atrás y comienza lo más bravo de la senda. Su nombre anticipa lo que vendrá: La cuesta de los caballos. Existe un camino por el que pueden subir las camionetas y motos, pero para los aventureros no hay nada mejor que las huellas. El paisaje es otro y vale la pena.

La trepada es dura. Partimos casi a 1.000 metros sobre el nivel del mar y nuestro destino nos llevará al doble de esa altura. Nos acompañan el sol y el murmullo del viejo río, del que seguramente bebieron los antiguos habitantes de estas montañas. La trepada zigzaguea en medio de coloridas flores de altura. Para estos casos, la consigna es una: paso a paso y seguro. No paramos de subir. El fresco viento de las quebradas nos da en el rostro y es un bálsamo para el esfuerzo.

Ya es mediodía y seguimos subiendo y de pronto, la cima. El punto más alto nos recibe con un pastizal inmenso que se abre ante nuestros ojos. Las ovejas y las vacas del lugar nos miran con curiosidad. Saluda nuestra llegada un cóndor, cuya silueta impresiona y contrasta con el azul diáfano del cielo. En la punta de la alfombra verde asoma una casa de montaña, puro marrón, pura madera y corral. Dos niños, caritas curtidas por el viento, nos desean sinceramente un buen viaje.

Descansamos y disfrutamos del sol y del silencio. Aún no llegamos a destino, aunque estamos muy cerca. Retomamos la senda y cuarenta minutos más tarde divisamos la escuela de Anfama, a donde los maestros llegan los domingos por la tarde y se quedan durante una semana. Aquí se dictan clases en período especial, es decir, en invierno no hay actividad porque el frío no lo permite.

Ahora sí, nuestro destino está al alcance de la vista. Alcanzamos el edificio píntado de blanco y nos reagrupamos. A 300 metros está la casa de doña Lilia Guerra. Nos espera con bebidas frescas y un mate cocido reparador que acompañaremos con pan casero, queso de la zona y algunos sánguches. Mientras descansamos y disfrutamos del maravilloso paisaje y recobramos fuerzas, las nubes que parecían suspendidas sobre las montañas del Valle de Tafí, hacia el oeste, cambian de color. El cielo se nubla, se escuchan truenos y en un abrir y cerrar de ojos nos rodea una tormenta, con sol. La vista ahora es alucinante y durará unos minutos.

El reloj marca las cuatro de la tarde, hora de volver. Los dueños de casa nos despiden con calidez y volvemos a la senda. Tras 20 minutos llegamos otra vez al pastizal en donde descansamos y el cerro nos entrega un nuevo regalo. Abajo, en las quebradas, hay nubes. Estamos sobre ellas y enseguida nos envuelven. La niebla nos rodea. Otra vez La cuesta de los caballos, pero de bajada. El esfuerzo para subirla troca en tensión para no resbalar.

Un rato más tarde llegamos al río Grande. Es de noche y es hora de sacar las linternas frontales, con vincha, que nos permiten tener las manos liberadas. Hacemos los cruces del cauce con extremo cuidado. Caminar por el monte, así, tiene un gusto especial. Los olores y los sonidos son otros, los sentidos se ponen alerta y captan lo que no pudieron unas horas antes, cuando hicimos el mismo recorrido a plena luz del día.

A las nueve de la noche llegamos a la ruta y recién entonces nos relajamos. Nos abrazamos felices. Llegamos sanos. Doloridos, pero contentos. Ese tipo cansancio reconforta. El cuerpo acusa recibo del esfuerzo pero el espíritu agradece tanta belleza. Entre todos, aunque no lo digamos, nos hacemos una promesa: Volveremos.

















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Cómo se llega a Anfama
El punto de partida de la senda se encuentra en el puente del río Grande, en la ruta provincial 341, la que une Tapia con Raco y el Siambón, previo paso por la ruta nacional 9, hacia el noroeste de San Miguel de Tucumán.

A cargar en la mochila
No tenés que olvidarte de llevar el equipamiento mínimo para la mochila: agua, comida, botiquín, rompevientos, abrigo, calzado e indumentaria apropiada y, en lo posible, un bastón para senderismo.

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