14 diciembre 2016

La tragedia de los 43 gendarmes en Salta, los dolores que nos faltan


14 de diciembre de 2015, 7 AM, entré a la redacción de La Gaceta como todos los días. A esa misma hora comenzaron a aparecer en las redes sociales las primeras imágenes de un ómnibus lleno de gendarmes, que se dirigía de Santiago del Estero a Jujuy, que había caído al lecho de un río desde un puente y quedó ruedas para arriba. Había ocurrido sobre la ruta nacional 34, cerca de Rosario de la Frontera, en Salta, durante la madrugada.

La cercanía con el lugar de los hechos me estremeció. Desde San Miguel hasta allí hay nada más que 130 kilómetros, hacia el norte.  A los pocos minutos recibí el llamado del jefe de Redacción para
preguntarme si podía viajar urgente junto con un fotógrafo hacia el lugar de lo que ya se presumía como el escenario de una tragedia. No cabían dudas, había que ir. A la media hora estábamos en la ruta con el fotógrado Jorge Olmos Sgrosso. Partimos con el dato de que había 25 muertos, al menos.



Llegamos una hora y media más tarde. Un viaje eterno, sabiendo que íbamos al encuentro con el dolor, con la muerte, con historias de vida truncas y con familiares sin consuelo. Un hermético cordón de gendarmes y policías salteños nos detuvo 150 metros antes del puente de la tragedia. La cifra de víctimas había crecido y ya era de 35. A esa hora, cerca del mediodía, el sol era intenso y en los alrededores no había ni un árbol. Apenas unos pobres arbustos a ambos lados de la ruta. Un alambrado separaba a la banquina de los extensos terrenos que usan para la siembra de soja.

Pasadas las 12, el sonido de los motores de dos helicópteros, separados por apenas unos minutos, nos llamó la atención. Aterrizaron cerca de donde estábamos los periodistas, camarógrafos y fotógrafos. Traían a los gobernadores de Salta y Tucumán, Juan Manuel Urtubey y Juan Manzur, y a la ministra de Seguridad de la Nación Patricia Bullrich. Luego de recorrer el lugar confirmaron lo peor: 43 jóvenes historias de vida se apagaron esa madrugada.

De a poco, con fragmentos de declaraciones de funcionarios de distintas áreas y fuerzas reconstruimos los minutos del horror. Ahí, en medio de la nada, debajo de un sol incandescente. Para ellos, fue una "fatalidad".

El neumático delantero derecho del ómnibus se reventó, la unidad se inclinó, el chofer perdió el control y así ingresó al puente. Cortó de cuajo, como una cinta de papel, las barandas de contención y en una fracción de segundos cayó al lecho del arroyo Balboa, con las ruedas para arriba. Silencio, oscuridad, gritos. Los compañeros de las víctimas que iban en otros colectivos bajaron lo más rápido que pudieron para ayudar. No pudieron hacer casi nada. Media hora después arribaron móviles policiales y bomberos de Salta, más un equipo de Emergentología de Tucumán. Tampoco pudieron hacer mucho.

Pasar la información al diario fue una odisea. La señal para telefonía móvil era débil y se podía acceder a ella en un solo punto. Los periodistas tuvimos que turnarnos el punto más alto de un montículo. Así, a duras penas, algo pudimos enviar. Hubo confraternidad.

La tensión se incrementó cuando comenzaron a llegar casi al mismo tiempo alrededor de 20 móviles de empresas fúnebres para llevar los cuerpos a Santiago del Estero, a la sede de la Gendarmería. En simultáneo también arribaron los primeros familiares, que antes recorrieron desesperados los centros asistenciales de Rosario de la Frontera. Esperaban hallar malherido a su hijo, novio, nieto o hermano. No fue así.

Vi los rostros de dolor de los familiares cuando a metros de la cinta que nos separaba del puente, un gendarme revisaba una lista y les confirmaba que entre las víctimas estaba su ser querido. Algunos cayeron de rodillas, desplomados por la angustia; los más fuertes, sólo se abrazaron a quien los acompañaba. Sol. Calor. Silencio. Mucho dolor, demasiado, si pudiera medirse.



La imágen más fuerte antes de emprender el regreso se produjo cuando una grúa gigantesca sacó al ómnibus del lecho del río. Cuando los hierros retorcidos aparecieron desde el fondo todo se detuvo. Fueron segundos eternos. Otra vez silencio, sólo se oía el sonido del motor de la grúa. Los restos del colectivo se posaron sobre el remolque de un camión y su salida fue casi a paso de cortejo fúnebre. Nadie se animó a pronunciar ni una palabra mientras pasaba ante nuestros ojos y a centímetros el ómnibus-tumba.



El tiempismo de la Justicia Federal. Exactamente a un año de la tragedia, un juez salteño ordenó el procesamiento sin prisión preventiva de dos integrantes de la Gendarmería que habrían actuado con negligencia y habrían incumplido sus deberes.

Poco y nada se habló en estos 365 días de los 43 jóvenes que murieron esa madrugada. Poco y nada se informó sobre por qué iban a Jujuy, a días de haber asumido la gobernación Gerardo Morales, quien por esas horas imitó a Carlos Men3m en la modificación de la estructura de funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia jujeña. Poco y nada.

Si los familiares de las víctimas no golpean las puertas de las redacciones de diarios, canales y radios, poco y nada sabríamos de su dolor y de las numerosas preguntas sin respuestas sobre esa espantosa madrugada. Para los funcionarios, "una fatalidad".


                                            Infografía del diario La Nación


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