25 julio 2017

Gustavo Patiño, el mensajero de los sonidos de la Quebrada de Humahuaca



Es casi imposible identificarlo con el nombre de un instrumento. Es siku, es flauta, violín, guitarra, erke, okarina, caja y bombo. Tinkus, bailecitos, huaynos, sayas, carnavalitos, zambas y charareras sí alcanzan para describirlo como un músico atravesado por los sonidos de la Quebrada de Humahuaca, ese maravilloso lugar que eligió para vivir, o quizás fue al revés. Así es Gustavo Patiño.

Este sábado 22 de julio se presentó en mi ciudad. La calles de Tafí Viejo no le son desconocidas porque las recorrió a principios de los años 90 cuando grabó un disco en el que incluyó por primera
vez una batería, teclados y guitarra eléctrica, con Quique Yance y el Negro Issa Osman. Largas jornadas de trabajo y veladas acompañadas con más música y buen vino forjaron una amistad que aún perdura.

Antes que se ponga en marcha todo y con el escenario aún vacío una voz grabada, ronca y potente, da inicio a la velada. "Patria, dime si quieres que convoque /a las tribus que duermen en las tumbas / traeremos el sol de Purmamarca/en las puntas emplumadas de las chuzas...", recita Germán "Churqui" Choquevilca, un docente tilcareño (ya fallecido) que le enseñó a Patiño a escuchar los sonidos del viento y de las quebradas a poco de instalarse en la Quebrada de Humahuaca, en donde reina el sol.

Los recitales de este músico que nació en Lima, un pueblo de las afueras del Buenos Aires, pegado al río Paraná, arrancan raros. Por lo general, los músicos van de menor a mayor y todo cierra con baile y fiesta.

Esta vez, en la presentación de su último CD "De los Andes a las Yungas", acompañado por su hijo Huaman, empezó con bailecitos, carnavalitos y tinkus, mientras cambiaba de instrumentos entre tema y tema. Daban ganas de saltar de las butacas y transformar a la Casa de la Cultura de Tafí Viejo en una gran patio de baile. En un abrir y cerrar de ojos desapareció la distancia entre el artista y el público.

Si se cerraban los ojos, no costaba imaginarse a uno mismo caminando por las estrechas y hermosas callecitas de Tilcara, por el Pucará o por la senda que lleva hasta la Garganta del Diablo o más arriba, cerca de donde anidan los cóndores.

De la intensidad, Patiño descendió a la tranquilidad de tradicionales zambas e invitó a los taficeños a cantar juntos, acompañado por su violín. Guitarra en mano, se abrieron paso las chacareras que se bailan en patios de tierra y para terminar, otra vez los tinkus. Y como no podía ser de otra manera, tras la despedida, hubo dos temas más.

El reloj había marcado una hora y cincuenta minutos de recital pero como entre el público bailaron los duendes del carnaval el tiempo pareció haberse diluido, al menos por un rato, hasta que todos volvimos a nuestras vidas cotidianas.


PD: Gracias Marcos Acevedo, Carola Serrano y Javier Noguera por hacer posible estos encuentros.

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