05 diciembre 2017

Cachi, la aventura inconclusa


Durante varios meses imaginamos y programamos llegar a su cumbre, sin dejar ningún detalle librado al azar o es lo que suponíamos. Llegamos a la turística y pintoresca ciudad de Cachi, en Salta, el viernes 1 de diciembre a las 19. Este hermoso lugar no sólo es conocido por el increíble sabor de sus especias y los avistajes de "ovnis", también lo es porque se encuentra a los pies del Nevado de Cachi, de 6.380 metros sobre el nivel del mar (msnm).

Quenqueando es el grupo que integramos Edgardo Serra, Edgardo Romero, Daniel Ramírez, Maxi Tolosa, Marcelo Pierovón y yo. Por cuestiones personales, unos días antes de la aventura, Marcelo y
Edgardo Romero se bajaron pero hasta el último momento dieron su incondicional apoyo.

El sábado 2 amanecimos a las 5, desayunamos liviano, acomodamos las mochilas y a las 6.15 llegó a buscarnos a donde descansamos el baqueano Santiago Casimiro. Además de guiarnos cargaría en sus burros parte de los bultos hasta llegar al primero y segundo campamentos, Apaza y El Nivómetro, de las dos primeras noches.


Arrancamos

A minutos de partir desde el camping El Algarrobal, Casimiro señaló que debía retornar al pueblo en su vehículo para resolver un inconveniente de último momento. Nos invitó a empezar la marcha sin él, prometiendo que en poco tiempo nos alcanzaría. Conocedor de los secretos de la montaña, de acuerdo a relatos propios y ajenos, aceptamos la sugerencia y arrancamos.

El único de nosotros que alguna vez había transitado por esas sendas era Daniel aunque 30 años atrás. Con él a la cabeza emprendimos la aventura. Nuestras miradas, sonrisas y hasta el tono de voz reflejaban nuestro estado de ánimo: de entusiasmo y alegría.

Lento y a paso seguro nos adentramos cada vez más en las montañas, rodeados de hermosas cumbres y bajo un cielo de diáfano azul. Nos emocionamos al advertir que parte del camino atravesaba por pircas de las viviendas de los primeros pueblos originarios que habitaron la zona.

Mi corazón estalló de gozo cuando nuestros pies estuvieron sobre lo que es el Camino del Inca o Qhapaq Ñan. Cada tanto mirábamos hacia atrás para ver si Casimiro nos seguía. Nada, pero confiábamos en que en cualquier momento escucharíamos su llamado, acercándose.

Con el sol sobre nuestras cabezas, alrededor de las 13, bajamos hacia un arroyo en donde paramos para almorzar. Fueron apenas 20 minutos y continuamos la marcha hasta ingresar a una zona llena de arbustos con espinas y piedras sueltas. Edgardo, Maxi y yo optamos por ponernos pantalones largos para evitar el roce agresivo.



Las dudas

A las 14 enfrentamos un acarreo (1) de cantos rodados de gran tamaño. El agua se nos acababa pero suponíamos que llegaríamos al primer campamento alrededor de las 15, por lo tanto, era cuestión de racionarla, aguantar un poco más el abrasador sol y la incomodidad de caminar por un lugar que parecía virgen, por el que nunca caminaron personas.

De vez en cuando se cruzaron ante nosotros algunas llamas, vicuñas, chinchillas y lagartijas. Nos extrañó no ver cóndores. El arroyo que nos acompañó al principio ahora estaba lejos y lo mirábamos desde la lejanía de la altura. A las 15 alcanzamos los 3.300 msnm pero el lugar esperado no apareció, de igual modo que la senda. Caminábamos suponiendo que en breve los alcanzaríamos. Pero nada, ni senda, ni Casimiro.

 A las 16 hicimos un primer análisis de la situación y decidimos continuar subiendo, manteniendo la esperanza de que, tal cual como Daniel creía, la senda debía encontrarse cerca, en algún punto impreciso, pero cerca. Teníamos cada vez menos agua y paciencia, al menos yo, ante la sensación de caminar con más dudas que certezas.

A las 17, nueva reunión. Ya no teníamos agua y el margen de paciencia se reducía cada vez más. El cansancio se hacía sentir y cada 10 o 15 minutos parábamos para recuperar fuerzas y compartir las gotas que nos quedaban.


La decisión

Unos minutos antes de las 18 miré con alerta el reloj. Llevábamos casi 10 horas de permanente ascenso y no aparecían Casimiro ni la senda. Mi preocupación era que nos encontrara la noche a gran altura sin suficiente abrigo, sin agua y poco alimento. En algún momento los cuatro escuchamos algo similar a gritos, desde la lejanía. Ante la impreciso de su origen, seguimos.

A las 18, admitiendo que estábamos desorientados, tomamos la decisión de retornar, lo que implicaba dar por finalizado el intento de llegar a la cumbre. .

Pese a lo doloroso, cuando estábamos a 4.150 msnm, comenzamos a bajar hacia el arroyo a cargar agua. Privilegiamos cuidar la salud. La decisión fue tomada en equipo, por lo que no lo dudamos. En ese momento, era la única certeza. Ni señales de nuestro guía.

Alcanzar esa agua helada, fruto del deshielo, fue como llegar a un oasis. Bebimos y nos cambió el estado de ánimo. Hacía mucho tiempo que no bebía algo tan puro y exquisito. Eso fue compartido por todo el equipo y lo comentamos, entusiasmados. A los pocos minutos nos alcanzaron ráfagas de viento helado, nos abrigamos y a continuar bajando por el arroyo.

En algún momento tuvimos que atravesar otra vez por los arbustos de hasta un metro y con espinas. No había opción, no los evitamos porque había que bajar rápido ya que la noche se acercaba. Alrededor de las 20.30, con los últimos vestigios de luz observamos a los lejos, bien abajo, dos luces que se prendían y apagaban. Le restamos importancia al suponer que podían ser las de la última casa que vimos a poco de comenzar la caminata o algún vehículo. Cuán equivocados estuvimos.



El encuentro

Ya de noche, otra vez las luces y recién entonces no lo dudamos. Alguien nos estaba señalando un rumbo.  Cerca de las 21 nos encontramos con Santiago Casimiro que había salido a buscarnos con una sobrina, tan conocedora como él de las sendas de los alrededores y que alguna vez trabajó también como guía.

Con sus primeras palabras nos confirmó que habíamos equivocado el camino. El entusiasmo y la ansiedad, quizás, nos hicieron tomar la decisión incorrecta y avanzar por la quebrada indebida. Irresponsabilidad compartida con el guía, puesto que él nos debería haber acompañado desde el minuto cero.

Igual, le agradecimos que saliera en nuestra búsqueda puesto que nos hubiera sido muy difícil reconocer el camino de regreso en plena noche, pese a que nos acompañaba una hermosa luna y con cielo despejado.

En un momento, Casimiro detuvo su marcha y lo imitamos. Giró hacia su izquierda y se arrodilló frente a una apacheta. Unió sus manos y oró, mezcla de rezo cristiano y de agradecimiento a la Pachamama. Arrojó agua de su botella y le convidó a la Madre Tierra unas hojas de su coca. Volvió a orar unos segundos y recién entonces se incorporó y continuamos. Todo, en el más absoluto silencio.



El desenlace

A las 23.50 llegamos a El Algarrobal, en donde habíamos dejado la camioneta, luego de haber caminado callados la última hora, cansados y con hambre. Fueron 16 horas de marcha ininterrumpida.

A las 00.20 del domingo llegamos al centro de Cachi y nos hospedamos en un hotel céntrico. La garantía de dormir en un colchón, de un baño reparador y poder disfrutar de un sánguche de milanesa acompañado por unas cervezas fueron el bálsamo de un día que fue imaginado de otro modo, más feliz, pero que pudo ser peor.

En el balance, aún en caliente, destacamos que prevaleció el espíritu de equipo para tomar la última decisión con la que cerramos nuestro intento de ascender al Cachi. Recordamos con sonrisas algunos momentos, los más duros, y nos prometimos volver el año próximo. Ojalá que para esa vez hagamos los seis el intento.

Ese mismo domingo por la noche cambiaron las condiciones de tiempo y el lunes amaneció con lluvia. Imaginamos que era muy factible que arriba, a más de 5.000 msnm, en donde debíamos estar si se cumplía el plan que armamos, podría estar nevando y con fuertes y heladas ráfagas. Quizás y sólo quizás, de algún modo, error nuestro mediante, la Pachamama encontró un modo de cuidarnos de lo más duro de la montaña.

El regreso a Tucumán fue por la mítica Ruta Nacional 40, que une a Cachi con Cafayate, previo paso por la Laguna de Brealito, Seclantás, Molinos, la Quebrada de las Flechas, Animaná, San Carlos, Amaicha del Valle y Tafí del Valle. Nos asombraron los maravillosos paisajes y la imponencia de la naturaleza. El arco iris de los colores marrones, tarracotas, distintos tonos de verdes y cardones de edad indefinida fueron un bálsamo para esta aventura inconclusa con final abierto.




(1) Acarreo: acumulación de fragmentos de rocas sobre una ladera o pendiente. Los fragmentos pueden ser de distintos tamaños: acarreo grueso o fino.

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