01 noviembre 2017

Juan Falú, guitarrista, compositor, hermano taficeño


Miré el reloj y marcaba las 20.43, del 30 de octubre de 2017. Hacía calor en Tafí Viejo y elegí esperar en la vereda el inicio del acto en la Casa de la Cultura Municipal de mi ciudad que cumplió 30 años. Éramos muchos. La razón, el invitado de lujo fue Juan Falú, ese exquisito músico tucumano que se mueve por el mundo como si no se hubiera enterado que las nuevas generaciones de artistas lo admiran por partida doble: por sus creaciones y por la consecuencia entre decir y hacer.

20.47. El murmullo de las charlas comenzó a apagarse y apuré el paso para entrar. Me acomodé atrás de la sala y todo quedó en penumbras hasta que sobre el fondo del escenario se proyectó una imagen de Falú e ingresó desde los camarines la figura de un flaco, casi como pidiendo permiso. Aún sin
haber interpretado una nota el público se puso de pie y lo aplaudió. Ventaja para el artista que aún así debía demostrar, de todos modos, que se los merecía. Se sabe, los taficeños son exigentes y no lo disimulan.

Los acordes de "Alfonsina" le dieron inicio a la misa. Sí, como si algo o alguien hubiera dado una orden, no volaba ni una mosca. Todo fue quietud y atención. Apenas finalizó, otra vez los aplausos y recién ahí, cuando se apagaban, Juan reemplazó las notas de su guitarra por los sonidos de sus cuerdas vocales.

"Vine como distraído, a veces me siento como visitante en mi tierra porque me fui hace 40 años. Pero me emocionó el calor con el que me recibieron porque Tafí Viejo es para mí el recuerdo de muchos compañeros (un guiño en código por su militancia en el peronismo durante la última dictadura militar, razón por la que tuvo que partir al exilio), está siempre cerquita". Mirando al público, señaló de nuevo: "Además, ahora me encontré con mis amigos Rubén Cruz, con el Cacho Rodrigo y Antonio Leiva, y con Sergio Arreyes, el luthier. Con Tití Enrico, con quien competíamos en grupo vocal hace muchos años, junto con Chichí Costello. Cuántos recuerdos".


De pronto un figura con camisa negra subió al escenario y lo abrazó. Era Tití Enrico, una de las figuras taficeñas más importantes de la música popular, en especial, del folclore. Cuando bajó y para romper con la solemnidad del momento, Falú contó un cuento que fue festejado por todos.

Otra vez el silencio y sonaron "La trunca" y "Jangadero", en la que Falú también cantó. Ahí nomás transportó a todos hacia la Quebrada de Humahuaca con tres versiones libres de los bailecitos "Fiesta puneña", "Viejo corazón" y Sirviñacu". Al final, explicó qué significa, lamentando que no tuviera vigencia y destacó la sabiduría de los pueblos originarios (Sirviñacu: tradición quechua. Era una unión de hecho, según los criterios actuales. La muchacha y el joven se juntaban para vivir en común. Si la cosa funcionaba y había buen entendimiento, se procedía posteriormente al matrimonio. Si no funcionaba, cada uno continuaba con su vida, sin escándalos).

Después, miró hacia uno de sus lados, hacia abajo, y dijo: "Ta'demasiado transparente ese vino". Todos sonrieron. Claro, se trataba de una botella con agua. Y en un abrir y cerrar de ojos alguien le acercó un copa con vino tinto. Punto para el público, el artista se sentía cómodo y lo manifestaba.

Posó la copa sobre el escenario e interpretó la exquisita zamba "Taficeña". Luego interpretó una zamba hermosa, cuya letra le pertenece a Néstor Soria. "Aún no tiene nombre pero la llamaré 'La de Encalilla", porque tiene que ver con una historia de amor con una mujer de ese lugar que se encuentra en nuestros Valles Calchaquíes", sostuvo. Cerrado aplauso al final y sin mediar palabras regaló una maravillosa versión de "La tristecita".


21.20. Falú miró hacia el público y clavó sus ojos en Marcos Acevedo, el Director de Culturas del municipio: "¿Qué onda con el horario? ¿Hay un límite?". Acevedo le devolvió una mirada cómplice y le respondió: "Lo que sea necesario". Todos complacidos.

Como si no tuviera repertorio para compartir y evidentemente relajado, Falú disparó: "Pidan zambas, las que sea y sepa". Las respuestas no se hicieron esperar hasta que arrancó con "Debajo de la morera", siguió con "Si llega a ser tucumana" y "Luna tucumana".

De un salto, un joven subió al escenario y le pidió cantar una zamba. Hablaron bajito, se pusieron de acuerdo y en segundos se escucharon las notas de "Zamba del ángel", en la voz del Franco Gutiérrez. Los dos últimos versos fueron interpretados a duo: "... y se muere el relato de la madre que un día / nos dio un ángel de guía con su amor". Ronovados aplausos y quien aparenta ser hombre de pocas palabras, dijo: "la estoy pasando muy bien, muchas gracias".

Todos presentíamos el inminente final hasta que entregó una ajustada versión de "El bien perdido" y luego la tradicional "La cuartelera". Cuando los aplausos más sentidos coronaron la velada y alguien gritó "una más", Falú se sentó y regaló "Algarrobo, algarrobal". Recién con los últimos acordes comprendí que la música nos había atravesado, que nos había llevado hacia un lugar sin tiempo y sin espacio. Miré el reloj, eran las 21.53.



PD: Tras la actuación, se hizo el protocolar acto de descubrimiento de una placa y Falú se entregó, paciente, a los cientos de saludos.







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