La aleación con magnesio le daba a los trozos de metal un brillo diferente ese mediodía de agosto a pleno sol, a 4.200 metros sobre el nivel del mar, en medio de una quebrada en cercanías de Tafí del Valle. ¿Qué hacían allí esos restos deformes que conservaban un suave color celeste? ¿De qué eran?
Ese domingo llegamos a las 9 al lugar de partida de una travesía, ubicado sobre la ruta provincial 307, a 2.900 metros sobre el nivel del mar, al oeste de Tucumán. Esa vía une a la llanura tucumana con la turística ciudad de Tafí del Valle, el paso obligado para llegar hasta Amaicha del Valle, del lado del Valle del Yocavil. Allí también se encuentran Colalao del Valle, todavía en suelo tucumano, y Cafayate, ya en Salta, pintorescos pueblos que están unidos por la mítica ruta 40.
Con un grupo de apasionados por las sendas de montaña de Rumbo Norte nos dispusimos a recorrer la Quebrada del Barón, que lleva ese nombre porque justo por ahí llegaron los españoles para someter
a los pueblos originarios en tiempos de la Conquista. Por ese mismo lugar se llega hasta la cima del cerro El Negrito, de 4.660 msnm, recorrido a menudo por quienes se preparan para desafíos que superan los 5.500 metros.
El "mal de la montaña" o "puna" está presente y es una prueba de fuego hasta para los más experimentados. Se sabe que los síntomas de mareo, vómito y dolor de cabeza, típicos del apunamiento, no dependen sólo de la condición física. Hay lugares en donde la presión atmosférica parece haberse encaprichado para hacer más difíciles los ascensos. Este es uno de ellos.
Ni una nube durante todo el tiempo. El celeste del cielo, el sol y el viento fueron una compañía permanente. Aún en grupo, suelo alejarme y disfruto de caminar solo para observar los detalles de la senda, de las montañas vecinas, para oír mi respiración, ensimismado. Gozando.
Bellos arroyos congelados entre trozos deformes de metal
Todo fue ascenso hasta las dos de la tarde. A esa hora ya estábamos a 4.200 metros y se observaban a la lejanía algunos arroyos congelados, caminamos hacia ellos. El viento era frío. En un abrir y cerrar de ojos llegamos hasta el fondo de la quebrada y entre el blanco de los bloques de hielo descubrí restos de una máquina casi imposible de identificar. Primero, pequeños; luego, medianos, y a unos metros los más grandes, del tamaño de una camilla. Estaban esparcidos en un diámetro aproximado de 300 metros hacia abajo.
Tomé un trozo del largo de un brazo y me sorprendió su liviandad. Aún persistía sobre el metal un color celeste muy suave. Me acerqué después a dos objetos grandes que estaban cercanos entre sí y ya no cabían dudas, eran una ventanilla de avión y un ala.
Misión oficial Córdoba/Salta
Domingo 4 de abril de 1971, dictadura militar del recién asumido Alejandro Lanusse. Durante la mañana parte desde el aeropuerto Pajas Blancas, de Córdoba, el pequeño avión Beechcraft Bonanza LQIAH con tres miembros del Ejército hacia la capital de Salta. La máquina pertenecía a la Dirección Provincial de Aeronáutica cordobesa.
Era una de las 17.000 que fabricó desde 1947 la firma norteamericana The Beech Aircraft Corporation. Por esos años ya había sido adquirida en varios países debido a su versatilidad. Fue el primer moderno avión de alto rendimiento utilitario. Era un monoplano de ala baja muy rápido, de hecho, fue construido en un momento en que la mayoría de los aviones ligeros seguían siendo de madera y tela. Tenía una capacidad para tres pasajeros y era de una aleación de metales con magnesio. Se calcula que alrededor de 6.000 siguen activos y son utilizados para tomar clases de vuelo.
El capitán retirado Jorge Ortega estaba a cargo de la aeronave y lo acompañaban el primer teniente Firpo Almeida y el suboficial mayor Rubén Martínez. Al mediodía llegaron a Salta para cumplir una misión oficial.
El martes 6 el Bonanza decoló desde el aeropuerto El Aybal para retornar a Córdoba, a donde se suponía que debía llegar unas horas más tarde. Al anochecer se pusieron en marcha los dispositivos de alerta debido a que el avión no había volado por cielo tucumano ni santiagueño, de acuerdo a la información oficial de los aeropuertos. A la mañana siguiente se inició la búsqueda por los cerros salteños y tucumanos con la ayuda de un helicóptero pero no se encontró nada.
Los estudiantes
El miércoles 7, tres estudiantes universitarios de arqueología y biología de la Universidad Nacional de Tucumán que se encontraban recorriendo la Quebrada del Barón se toparon con una tragedia. Stephan Halloy, Gustavo Lavilla y Constantino Grosse tuvieron ante sus ojos un escenario dantesco. "Encontramos los restos del avión, los cadáveres estaban esparcidos, uno de ellos estaba cortado en dos por el cinturón de seguridad. Distintos papeles y billeteras estaban desparramados. Al revisar los documentos comprobamos que sus apellidos eran Ortega, Almeida y Martínez", contó en un relato Grosse.
Sin dudarlo, descendieron desde los 4.200 metros hacia la comisaría de Tafí del Valle, ubicada a 2.000 msnm en uno de los accesos a la villa. Llevaron las billeteras y $ 133.350 pesos de entonces que hallaron entre los restos. Mucho dinero. Esa noche los montañistas durmieron en un calabozo de la comisaría y al día siguiente acompañaron a una comisión de policías a caballo.
Tras varias horas de caminata llegaron hasta el lugar de la tragedia, los cuerpos de las víctimas se guardaron en bolsas que fueron cargadas en mulas. Cuando regresaron hacia la ruta provincial 307 los esperaban varias ambulancias, periodistas y curiosos que ya se habían enterado de la tragedia. Los restos del Bonanza quedaron en la montaña, mudos testigos de un accidente del que nunca se supo su causa.
Grosse había llevado una máquina para fotografiar paisajes que usaría para registrar las imágenes del accidente. Más tarde serían publicadas en una crónica policial del diario La Gaceta. Por ello, el matutino le entregaría un Premio a la Vocación Periodística ese mismo año.
Debido a una serie de accidentes mortales que tuvo como protagonistas a los Bonanza en varios países y ante la posibilidad de que se tratara de deficiencias en el diseño, la Beechcraft encargó estudios. Concluyeron que podrían haberse originados porque los Bonanza fueron usados para viajes de larga distancia en condiciones de extrema turbulencia, como tormentas. Los montañistas saben que por sobre los 4.000 metros en las Cumbres Calchaquíes el fuerte viento es una compañía permanente y el tiempo cambia en un instante.
La dolorosa belleza
Estremece llegar hasta el lugar del accidente. Mucho más caminar entre los restos del avión. Imaginé los últimos segundos de vida de Ortega, Almeida y Martínez. La belleza que seduce de esas montañas se convirtió en su trampa mortal. La Quebrada del Barón fue lo último que vieron sus ojos, desesperados ante lo inevitable. Por eso, me costó comprender a mis ocasionales compañeros de senda posando sonriendo ante los pedazos del Beechcraft, como si se tratara del hallazgo de algún un tesoro escondido. Mi primer reflejo fue imitarlos pero me arrepentí, hice silencio.
Nada fue igual desde ese momento. Cambió mi día de montaña, descendí sólo pensando en eso. No pude sacar durante semanas esas imágenes de mi cabeza. Si alguien me pregunta sobre esa quebrada, cosa que sucedió, el recuerdo que aparece es ese; mezcla de belleza y dolor. Dos caras de una misma moneda. Quizás y sólo quizás, esta crónica nació para tratar de exorcizar esas imágenes. Pero volvería.
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