El uso masivo y naturalizado de las nuevas tecnologías se ofrece como una herramienta para la vieja costumbre machista de jactarse de su actividad sexual. Y, en otro sentido, también sirve para seguir ejerciendo aquello del miráme y no me toqués que ponen en práctica las chicas sin pensar, más allá del instante de la toma –fotográfica o de video–, que bien puede perdurar en el archivo virtual aún cuando su deseo de exhibición se haya agotado. Entre la falta de legislación y el desconcierto se abre este debate.
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