El sábado pasado festejamos los 15 años de mi hermosa hija Aimé y aún no lo puedo creer. La noche fue espectacular: rico morfi, buena música, buen vino y sobre todo, ella estuvo sencillamente bella. Bailó toda la noche, su rostro dibujó una interminable sonrisa.
Estuvimos acompañados por las personas más queridas. Familiares, amigos de antaño y obviamente, los amiguitos de mi hija (ya no tan chiquita). Bailamos y brindamos por cualquier excusa, razón por la que pasadas las 4.00 se me movía todo, pero felíz por ese instante, único e irrepetible. Solamente quienes pasaron por este momento saben de qué les hablo. De todos modos, valga la comparación con el nacimiento de un hijo.
Los 15 de mi hija tienen que ver, sin duda alguna, también con un cambio interior que se produjo en mí. Pese a mis largos 38 años, aún me cuesta describir con precisión de qué se trata. Por el momento, disfruto de lo que estoy haciendo, del amor de mi mujer Claudia y de ver crecer a mis hijos.
En las fotos está Aimé con mis amigos Diana, Déborah, Ricardo y Federico (mi primo). Opté por esta porque así podrán conocer a mi belleza. La otra, la reglamentaria del vals. Fuí el primero, por lo que nos tocó romper el hielo (fue un instante divino, inolvidable). Pura emoción y algún lagrimón, obviamente disimulado por el tinto...
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