27 noviembre 2021

Mono Izarrualde en Tafí Viejo, a flor de piel

Todos los monos, El Mono, ese que canta, el de la flauta traversa extensión de su cuerpo, el que abre su boca inmensa y ríe como si fuera a tragarse la vida después de cada tema. Ese, Rubén Izarrualde, de ese "Mono" hablo. El mismo que fue atravesado por un dolor en su cuerpo hace unos meses, que se sobrepuso y renació como el "Mono Fénix" y otra vez anda de escenario en escenario cumpliendo a rajatabla el legado heredado de los pueblos originarios, pues el mono para ellos era el dios de la fertilidad. Y así llegó un día a Tafí Viejo, para fertilizarnos el espíritu con sus monerías en forma de notas musicales.

A las 22.30, de este sábado 23 de noviembre, ingresó al escenario de la Casa de Cultura (del Bicentenario) el músico Kike Yance. Antes de una simple y profunda presentación, recordó que su primer cruce con el protagonista de la noche fue a principios del regreso de la democracia, en un recital de Piero con Prema en Tucumán. "Me dio vueltas la cabeza escucharlo, después la vida nos volvió a unir". Y ahí nomás, invitó al Mono. Aplausos.

Con Yance en teclados, eligió un tema de Astor Piazzolla para arrancar. Cuanta tranquila y placentera belleza. Siguió con "Zamba del laurel", de Leguizamón y Castilla, suspiramos y todos cantamos para adentro "Si lo verde tuviera otro nombre, debería llamarse rocío / si pudiera volver, desde el agua al laurel / volvería a la infancia del río...". Qué lo parió. Mazazo de norteñidad al palo.

En nada, invitó a los músicos Eduardo Issa Osman, percusión y batería, y Francisco Santamarina, guitarra. Y así le entró a "Zamba del Tomero", del taficeño Osvaldo Costello. Y de nuevo, entre todos y para adentro "A don Delfín Chavarría, que repecha monte adentro / como una arena verdosa, se le desmorona el sueño / y él ni cuenta se está dando, que ya lo ha tragado el cerro...". Una caricia al alma, un mimo tras tanto dolor y desasosiego a los que nos arrojó la pandemia. 

Flauta tuba, flauta saxo, flauta trombón. Esto y más es lo que provoca el Mono con su traversa, porque es eso, un provocador desde que dio sus primeros acordes con la música cuando arrancó con el tango, en los años 60. Cuesta comprender con racionalidad (que conviene dejar de lado por un rato) cómo es posible que ese cuerpo sea capaz de generar tantos sonidos con un instrumento y estirar las melodías como si tuviera tres pulmones. 

El Mono calla, intenta explicarnos con su grave voz qué vendrá ahora pero se quiebra y le cede a Quique la palabra. Y nos cuenta que escucharemos una canción de Gerardo Núñez (creador junto a su hermano Pepe de la popular Chacarera del 55) que integra un disco instrumental con  músicos invitados que saldrá pronto. Ese disco nació de un sueño de Núñez al que ayudó a concretar. Mientras elegían los temas, ambos coincidieron en que Izarrualde debía estar pero temía el poeta que no le interesara. No se conocían. Viajaron a Buenos Aires, se produjo el encuentro, que siguió en bares, largas charlas hasta el amanecer y la grabación posterior.

Así llegamos a "Tristeza", también de Gerardo, y de nuevo el ritual interno mientras la flauta recorría los versos "No me reclame niño si lo abandono / le peleo a la vida por usted tesoro / no me reclame niño si me demoro. / ¡Ay, qué camino tan desparejo / la angustia cerca y mi niño lejos! / Hay, qué camino tan desparejo / la angustia cerca y mi niño lejos!...". Un final con dos segundos de silencio y explosión de aplausos, con algunos de pie. Entre los que asistimos al encuentro había varios de la ciudad de Monteros, cuna de la estirpe musical de los Sosa, sí, de la gran Mercedes, Claudio y Coqui. El recital tendió un puente de pentagramas entre ambos pueblos durante la noche. 

Entraron al escenario entonces la cantante Mariela Narchi, el bajista Marcos Rodríguez Corvalán y escuchamos "Vidala para mi sombra", del compositor salteño Julio Espinoza. Una versión exquisita que llegó hasta los huesos, con una cantante que atraviesa por oficio y madurez, quizás uno de sus mejores momentos. Flauta y voz, qué juntada. "A veces sigo a mi sombra / a veces viene detrás / pobrecita si me muero / con quién va andar..."

Después, el Mono dio un volantazo y volvió a sus raíces. Dejó la flauta y cantó el tangazo "Gricel", de Mores y Contursi. Puro silencio para disfrutar de su grave y profunda voz. "No debí pensar jamás / en lograr tu corazón / y sin embargo te busqué / hasta que un día te encontré / y con mis besos te aturdí / sin importarme que eras buena... / Tu ilusión fue de cristal, se rompió cuando partí / pues nunca, nunca más volví… / ¡Qué amarga fue tu pena!...".

Mono con Lito Vitale y Lucho González, Mono con Chango Farías Gómez; Mono con Peteco Carabajal, Jacinto Piedra y Verónica Condomí; Mono con Piazzolla, Mono con muchos más. Todo eso habíamos disfrutado a esa altura del encuentro; al fin y al cabo el recital se llamaba "Mono & Quique. Reencuentro 2". Rubén transformó el espacio en una sala de ensayo general, por el gusto de la cercanía. Tanta, que después de cada tema el cierre era festejado como un gol y a veces, en algunas canciones, se daba vueltas, abría sus brazos y se transformaba en director de orquesta. Cuando alguno de los músicos hacía un pase mágico, lo miraba, se acercaba, abría su boca y reía a puro dientes. A esa altura ya se había sumado en guitarra eléctrica el monterizo Raúl Villagra

Llegaron entonces las interpretaciones de un tema de Libertango, de Piazzolla; el vals peruano Amarraditos; la zamba "Milagrero de mis sueños", de Quique y Narchi; la cueca "El cumpita", de Gerardo Núñez; la inmensa y potente "Chacarera de un triste"; y para cerrar otra chacarera, de 1959, las tradicionalísima "Del 55", de los hermanos Núñez. En algunos momentos se sumaron los bailarines taficeños Lihuel Córdoba y Alejo Burgos que estuvieron geniales, en el punto justo, sin excesos. 

Insistimos con una canción más. Quique, entonces, anunció "Sólo se trata de vivir", de Lito Nebbia. La cantamos entre todos y fue fiesta. 00.20, hora de irse a casa, para algunos, porque un recital del Mono Izarrualde es mucho más que notas y pentagramas en orden para disfrutar con el oído y dan ganas de seguir. Es corporalidad que invita a gozar con los ojos, con las piernas, los brazos, las manos, el estómago, el pecho y sobre todo, con el corazón a flor de piel. Con 68 años recién cumplidos el Día de la Tradición, hay Mono para rato.


PD: gracias a Moñi López, por lo que él ya sabe; y al equipo de la Casa de Cultura, en sus cabezas visibles Carola Serrano y Franco Macchioni, por el esfuerzo para que todo saliera hermoso.




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