Entrevista a su compañera Lilia Ferreyra, en La Habana, el pasado 21 de febrero (Por Elizabeth Mirabal Llorens y Carlos Velazco Fernández de la UTPBA)
Lilia Ferreyra no es una historiadora. Habla desde la memoria. No ha estudiado a Rodolfo Walsh. Tuvo otro privilegio: vivió a su lado. Conversar con ella es desandar con una guía de lujo los pasos letrados y terrestres de un periodista, un escritor, un militante, un hombre que se atrevió a hablar cuando la palabra permanecía ahogada en sangre, silenciada contra una pared cualquiera en Argentina. Mirar sus ojos claros escondidos tras unas gafas comunes es vibrar, estremecerse, sentir que están de más los grandes sueños cuando puede hacerse algo bueno todos los días, amar la vida y tener la vida para poder amar.
- ¿Por qué Rodolfo pensaba que ser escritor era un oficio violento?
- Esa es una definición que el da en el año 1965. Había regresado de La Habana, donde trabajó dos años en la agencia Prensa Latina. Ya en Argentina, desde fines de 1961, se dedica fundamentalmente a la escritura de su obra literaria de ficción. Él consideraba que era el violento oficio de escribir porque, a su juicio, la literatura era un avance laborioso a través de la propia estupidez. Esa violencia del escritor era también una violencia interna, íntima, para resolver sus propias perplejidades, y por otro lado, desde su concepción, la escritura, sobre todo a partir de sus investigaciones periodísticas, interpelaba a la realidad y podía de algún modo modificarla. Él consideraba el oficio de escritor no un oficio pasivo, sino profundamente revulsivo de la propia persona y de su obra literaria en relación con el mundo exterior.
- Cuando la muerte dejó de ser algo ajeno, ¿se sentía Rodolfo presionado por el tiempo a la hora de la creación?
- No se sentía presionado. Más bien estaba plenamente conciente de que esa posibilidad podía ser próxima. En los últimos tiempos hizo un regreso a la escritura, un regreso a su oficio de escritor tanto en el plano de la ficción como en el plano del testimonio. Si bien la militancia y la clandestinidad hicieron que la literatura se tuviera que correr o que postergar, en los últimos meses él organiza todo lo que había estado escribiendo sin concluirlo como una obra precisa. Tenía varios cuentos en elaboración, relatos autobiográficos y reflexiones sobre su propia relación con la literatura, con la política y con la dimensión afectiva de su existencia.
Muchos consideran que en 1957 -ocho años antes de que apareciera A sangre fría, de Truman Capote-, Rodolfo Walsh llevó a su apogeo al relato testimonial (o no ficcional) con Operación Masacre, investigación periodística que puede leerse como una de las grandes novelas argentinas.
- ¿Qué elementos usted reconoce en esa obra bisagra en la vida de Walsh que confirman tal criterio?
- Esto que comentan está absolutamente reconocido por críticos literarios, lectores, políticos e historiadores en Argentina. Operación Masacre no es un antecedente de A sangre fría, sino que se le anticipa, porque es la investigación en la que no sólo se busca descubrir, revelar o encontrar a los culpables. Es también una manera de concebir la literatura testimonial o de denuncia de modo que los personajes sean el eje central del relato. Es decir, no sólo la denuncia del hecho del crimen, sino quiénes eran los sujetos de esa historia. Por tal razón, ese libro impactó y sigue impactando generación tras generación. Revela un momento de la historia argentina, un crimen político, pero también da a conocer las historias de vida de los militantes peronistas de esa época.
Dijo Walsh: "Mi relación con la literatura se da en dos etapas: de sobrevaloración y mitificación hasta 1967, cuando ya tengo publicados dos libros de cuentos y empezada una novela; de desvalorización y paulatino rechazo a partir de 1968, cuando la tarea política se vuelve una alternativa... La desvalorización de la literatura tenía elementos sumamente positivos: no era posible seguir escribiendo obras altamente refinadas que únicamente podía consumir la intelligentzia burguesa, cuando el país empezaba a sacudirse por todas partes".
- ¿Cree, cómo aseguran algunos, que Rodolfo abandonó la literatura para dedicarse al periodismo, o que más bien, nunca dejó de hacer literatura?
- Nunca dejó de hacer literatura, pero partiendo de una concepción de la misma que abarca también al periodismo, al testimonio, no sólo a la literatura de ficción, sino también a la de no ficción. En ese sentido, su compromiso militante se asentó en su oficio de escritor y periodista porque a partir del año ‘68 el empieza a integrarse a proyectos políticos de liberación de nuestro país con la creación del periódico CGT de los argentinos. La calidad de su escritura hacía que una nota periodística de Rodolfo también tuviera valor literario. La escritura es algo que está en la esencia de Rodolfo como hombre, como militante y como intelectual.
- ¿De qué manera usted era cómplice de su escritura?
- Mi mayor complicidad era mi oído, porque Rodolfo confiaba mucho en mi sentido rítmico de la oración, de la frase, y en la carga emocional. De algún modo, en su escritura, yo cumplía un rol como de armonía o de equilibrio si había un exceso de adjetivación o si al leer una frase quedaba renga desde el punto de vista rítmico. Siempre que Rodolfo leía o escribía algo, me tenía que sentar a escuchar esa pieza. Sobre todo, se dio en la escritura de la Carta a la Junta Militar, la cual fue pulida línea a línea, y también en su último cuento Juan se iba por el río y en otros cuentos perdidos que Rodolfo me leía. Como yo intervenía desde mi oído en su escritura puedo recordar y están en mi memoria algunos párrafos y algún hilo narrativo de esos cuentos que robaron de nuestra casita en San Vicente después de su muerte. García Márquez calificó la Carta de un escritor a la Junta Militar como una obra maestra del periodismo universal.
- ¿Cómo la valora a la luz de estos tiempos?
- La valoro y es reconocida por muchas personas en Argentina y en muchos otros lugares como el testimonio más lúcido y revelador de esa etapa de la historia de nuestro país. Y es el testimonio más lúcido y revelador no sólo por la denuncia de las violaciones de los Derechos Humanos, la denuncia de la magnitud del terror. Rodolfo consideraba que podía resultar contraproducente la denuncia del terror sin la explicación de por qué este se instala. Esa comprensión de por qué se instala el terror es lo que deja de lado que aquellos actos aberrantes fuesen producto de demonios o de gente maligna salida del infierno. No. Eran producto de una concepción política profundamente reaccionaria, antipopular, que intentaba preservar los privilegios de una clase dominante.
Por eso, la Carta no es sólo la denuncia, sino también esa reflexión estratégica para explicar por qué se implementó ese terror. Esto se condensa en el párrafo donde dice que las peores violaciones de los Derechos Humanos “que ustedes han cometido” -porque es una carta que interpela, dirigida a la Junta Militar- no son sin embargo esos crímenes, sino que en la política económica de ese gobierno es donde debe verse la peor violación que es aquella que condena a la miseria planificada a millones de personas. Ese párrafo es la esencia, sintetiza lo que él quería expresar.
Rodolfo puso mucho énfasis en lograr ese tono estratégico en que está escrita la Carta. El documento fue pulido, desde el punto de vista de la escritura, palabra a palabra, párrafo a párrafo. Para encontrar ese tono además, él recitaba en la casita donde vivíamos versos de La Eneida en latín, y de las invectivas latinas como las de Cicerón, de los grandes oradores latinos que construyen el ritmo de su oratoria en base a tres cláusulas. Y en la Carta esas tres cláusulas, esas tres oraciones son cómo lanzar una piedra en el agua: la primera hace un círculo, la segunda amplia ese círculo y la tercera... Le da un ritmo que fortalece la eficacia de la palabra. El final de la Carta también tiene esta estructura: “… sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”. Esto tiene un ritmo, tiene un énfasis, le da mayor profundidad al sentido de la palabra.
- ¿Qué quería decir exactamente Walsh cuando hablaba de oficios terrestres?
- Los oficios terrestres es el título de su libro de cuentos y también es el título de uno de sus cuentos. Es una reafirmación de Rodolfo como intelectual al valorar todos los oficios terrestres, porque los oficios de los hombres y las mujeres expresan la forma en que viven, la forma en que piensan, las expectativas ante su futuro. Él siempre reivindicó mucho la vida popular, la vida de la gente que no era intelectual.
- ¿Qué podría relatarnos de aquella época en que usted era archivista en el diario argentino La Opinión y coincidió con personalidades como Juan Gelman y Paco Urondo?
- Esa época fue como una primavera dentro un proceso histórico político, porque ese diario surgió cuando en Argentina gobernaba una dictadura militar que ya estaba muy desgastada. Se abrió la posibilidad de que apareciese un periódico que tuviese en su plantel de redactores a compañeros de esa calidad. Sin embargo, Rodolfo nunca quiso entrar a trabajar en La Opinión porque siempre le tuvo desconfianza al director, Jacobo Timerman, que luego fue secuestrado y torturado por la otra dictadura militar.
- En un país en el que existía el delito de opinión, la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA) fundada por Walsh, buscaba burlar el cerco informativo. ¿Cómo lo conseguía?
- ANCLA era la agencia de noticias clandestina de una organización de Montoneros. Las fuentes de información eran los periodistas que trabajaban en los medios formales, digamos oficiales (aunque no oficiales del gobierno, sino públicos) y tenían acceso a información que por las condiciones de la censura no podían publicar en sus diarios. Entonces nos la pasaban a nosotros. La procesábamos como despacho de agencia y se distribuía de distintas maneras. El correo fue un gran distribuidor y después se sumaron algunas agencias de noticias extranjeras que no podían publicar en Argentina, pero sí en el exterior. De ahí venía el rebote de esas noticias desde medios públicos de otros países. No obstante, la fuente de información fundamental provenía de compañeros, algunos no encuadrados en la organización, pero que querían colaborar con la tarea de militante que nosotros hacíamos.
- Usted reveló que entre las cosas que quería Rodolfo estaban “la revelación de lo escondido” y “la esperanza insobornable”. ¿Qué otros deseos enumeró su esposo en su diario?
- La furia fría. Esto define también la personalidad de Rodolfo, un hombre muy austero, muy medido, muy sobrio, pero que podía enfurecerse, sentir la indignación moral ante determinadas situaciones de injusticia. Pero esa indignación siempre la canalizaba a través de la reflexión, por eso era la furia fría, es decir, la posibilidad de que la furia no ofuscara la manera de comprender y razonar lo que la motivaba. La furia fría describe la actitud de Rodolfo ante la injusticia.
- ¿Qué recuerdos la asaltaron cuando supo que Martín Grass también había leído los textos inéditos de su esposo?
- Esa fue una noche muy intensa en Madrid. Les contaba que yo era el oído de Rodolfo y tenía ese cuento en mi cabeza, en mi memoria. Cuando me encuentro con Martín Grass, sobreviviente de la época, nos ponemos a hablar. Él había visto el cuerpo de Rodolfo acribillado. Pero también había visto papeles suyos. Entonces yo enseguida le pregunto: “¿Y no te acordás del cuento que era de esto y lo otro?”. Medio no se acordaba. Comienzo a decirle textual el comienzo de ese cuento. “Juan Antonio lo llamó su madre. Duda era su apellido. Su mejor amigo, Ansina, y su mujer, Teresa.” Él se acordó y entre los dos reconstruimos. Fue una sensación muy extraña. Sentí que el último cuento pasado en limpio de Rodolfo tenía sólo dos lectores: él y yo. Aunque también me pregunté si alguno de los mismos represores, alguno de los asesinos de Rodolfo, no lo había leído también. Pero eso nunca lo sabremos.
- ¿A qué le temía Rodolfo Walsh?
- A caer vivo. Él estaba totalmente dispuesto a no caer vivo porque sabía que con él se iban a ensañar y a partir de su compromiso político, comprendía el riesgo de su propia muerte. Siempre pensó en mantener la dignidad hasta el último instante. Si él caía vivo lo iban a despedazar, y antes de que lo humillaran, lo destrozaran... Por eso llevaba esa pistolita de calibre 22 que me había regalado en el año ’74 por mi cumpleaños. Ese cargador tenía una o dos balas, que en caso de no poder escapar de sus captores, estaban destinadas a quitarle la vida para vivir. Pero no era un suicida. No era un suicida.
- De haber tenido la posibilidad, ¿cree que hubiese accedido a exiliarse?
- Sí, lo habíamos pensado, pero él rechazaba esa posibilidad porque creía que podíamos llegar a sortear y perdernos en el interior del país. Se sentía muy comprometido por la situación, y además, en ese momento, todos sus esfuerzos estaban puestos en tratar de salvar a la mayor cantidad de compañeros porque él consideraba que la derrota era irreversible y la política de la Junta Militar, de aniquilamiento. Él cae precisamente por salvar y proteger a una compañera con sus dos hijitos, porque esa cita era para arreglar que ella con sus dos niños viniese a vivir con nosotros. Pero sí, lo pensamos. Me dijo: “Si tenemos que salir del país, nos vamos a La Habana, es nuestra casa, es el justo lugar de la dignidad, porque ahí vamos a poder seguir peleando contra estos yanquis hijos de puta”.
- ¿Cómo podían ustedes ser felices viviendo bajo la constante amenaza de la muerte?
- Porque cuando se comprende por qué existe ese riesgo, ese riesgo empieza a formar parte de la vida cotidiana. Por supuesto, teníamos miedo, pero un miedo distinto al que se siente, por ejemplo, cuando viene un ciclón o vas en un avión y este se viene abajo. Nosotros éramos concientes del riesgo que corríamos y ser concientes significa aceptar el riesgo. Teníamos miedo, pero no estábamos paralizados de terror, y de todas maneras, siempre había un lugar para ser felices. En el cuento de Rodolfo, Un oscuro día de justicia, hay una frase de dos líneas que dice: “La felicidad tan buena mientras dura, como el pan, el vino y el amor”.
- Lilia, ¿y cómo veían la muerte ustedes, sobretodo cuando comenzó a llevarse a los más cercanos?
- Profundísimo dolor. Después de la muerte de nuestro querido amigo Paco Urondo y de la muerte de la hija queridísima que fue para mí una de mis mejores amigas, Vicky, ese intenso dolor sólo podía soportarse profundizando aún más el compromiso político y la responsabilidad de poder encontrar una salida. La muerte era una posibilidad. La comprensión de por qué podía ocurrir era lo que hacía que pudiera incorporarse a la vida cotidiana.
- Dicen que el humor corrosivo de Walsh era producto de una inteligencia implacable y la cobertura pudorosa de un espíritu delicado y sensible. ¿Usted, cuál es la imagen que de él prefiere cuando hace oficio de remembranza?
- Ahí hay dos imágenes: una es el humor corrosivo y la otra, el espíritu delicado y sensible. Pero el humor y el espíritu no estaban escindidos en él. Era delicado para el humor, aunque en determinado momento pudiera ser corrosivo, pero si era corrosivo era porque consideraba que con quien estaba hablando era un imbécil. Siempre me pareció magnífico de él la capacidad de escuchar al otro y si estaba totalmente en desacuerdo con lo que el otro decía, lo discutía, pero si llegaba a convertirse en imbecilidad, se callaba y se iba. Entraba en la polémica cuando la polémica valía la pena, pero si era una discusión de vanidades, de quién tenía razón, no se interesaba por esas cosas. No perdía el tiempo.
- ¿Qué le contaba Rodolfo de aquella etapa de su vida en Cuba, cuando descubrió sus condiciones de criptógrafo?
- García Márquez revela que fue él quien, tras noches de insomnio, descifró que Estados Unidos gestaba una invasión armada a Cuba. Rodolfo era muy austero para hablar de las cosas que él había hecho. Cuando nos conocimos, no fue de forma inmediata que supe que había vivido en La Habana. No se presentaba hablando de él mismo. Él escuchaba al otro. Le interesaba el otro. Y después, si surgía, hablaba de él. Jamás hablaba desde el yo, desde el “yo hice”, “yo dije”, sino que le preguntaba al otro “¿quién sos vos?”, “¿qué tú crees?”, “¿qué pensás?”. Pero de esa época, le había quedado como un fastidio consigo mismo, porque cuando él consigue descifrar las claves de Guatemala, llevado, ahí sí por la vanidad del oficio del periodista, lo publica en una revista de Buenos Aires. Años después me decía que eso había sido un error. Se sentía muy molesto con él mismo porque develarlo era lo más contraproducente desde el punto de vista de una inteligencia militar. Si vos conseguiste interceptar comunicaciones del enemigo y conseguiste cifrarlas, te quedas con esa información, pero no vas diciendo “hicimos esto”, “desciframos esto”, porque obviamente, los otros van a cambiar las claves, van a modificar su sistema de comunicación. Eso a él le había quedado como un gran error.
- ¿Qué recuerdos le trae Cuba, La Habana, un pedazo de mundo tan cercano a Rodolfo?
- Cuando llego a La Habana es como volver a casa. Desde cómo hablan ustedes, desde el caminar por las calles de La Habana, desde ver el Malecón: todo. Hay algo entrañable, profundamente afectivo, que está tan cruzado y que tuvo tanto peso en las decisiones de nuestra vida que cada vez que vengo a La Habana, me emociono. No puedo evitarlo.
- Cuando supo que habían sido detenidos los culpables de la detención y el asesinato de Walsh, ¿qué experimentó?
- La lentitud de los procesos históricos, pero que si se mantiene esa insobornable esperanza que quería Rodolfo, si se mantiene la furia fría, las convicciones para actuar con inteligencia y astucia y esperar que exista el momento propicio desde el punto de vista político en Argentina, puede llegarse a un juicio. Esto fue un largo proceso, a lo largo de todas estas décadas, de intentos por juzgar, pero las relaciones de fuerza, desde el punto de vista político todavía no daban como para ponerlos en el banquillo de los acusados. En este momento, tenemos un gobierno que tomó la lucha histórica de los organismos de Derechos Humanos, de las madres, de la lucha contra la impunidad como una política de estado. Hoy hay un escenario que permite puedan ser juzgados.
- Miguel Bonasso escribe en su libro Diario de un clandestino que el diálogo del sobreviviente será siempre un diálogo de culpa con los compañeros desaparecidos. ¿A usted le sucede lo mismo?
- No. Sucede que Miguel se refiere a los sobrevivientes de los Centros Clandestinos de Detención, no a los sobrevivientes de la etapa histórica. Los sobrevivientes de los centros que te mencionaba, una vez terminada la dictadura, fueron mirados con recelo por compañeros que también habían sobrevivido. El tiempo demostró que tuvieron la resistencia, que la opción entre la vida y la muerte no la tenía el prisionero. Quién vivía o moría era una decisión de los represores. Pero pasó cierto tiempo para que esto se reconociese. Ya está demostrado plenamente que son los testimonios de estos compañeros los que permiten armar las pruebas para juzgar a los responsables de los crímenes de lesa humanidad.
- ¿Qué siente cuando contempla las constelaciones de estrellas?
- He vuelto al Delta argentino, he alquilado una casita con una pareja amiga y a la noche, algunas veces, levanto la cabeza y miro ese cielo bajo el cual estuve con Rodolfo mirando las constelaciones.
- ¿Cómo continúan sus diálogos íntimos con él?
- A veces nos peleamos. Hay un diálogo interno en la memoria, pero yo soy conciente, que desde la responsabilidad como militante que fui en su momento, no puedo quedar clavada en el pasado, que hay un presente y nuestra obligación moral en todo caso es seguir peleando por un futuro de justicia.
- Cuando comparte su memoria para celebrar la vida...
- Como ustedes habrán visto, me emociono, porque la memoria es imágenes, sensaciones, olores, palabras, voces, y cuando yo vuelvo sobre todo esto, aunque hayan pasado treinta años, dentro de mí, vuelvo a sentir la voz de Rodolfo, la risa, el enojo, la escena, y se revive la alegría, pero también se revive el dolor de la pérdida (ANC-UTPBA).
Nota publicada en Rebelión.org