"Somos los privilegiados espectadores (y actores!) de un proceso de evolución mediática acelerada nunca visto en la historia de la humanidad" (Carlos Scolari)
19 abril 2012
Hay futuro, soy David Correa, periodista
"Nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado", rezaba el primer mandamiento del décalogo menemista, según Roberto Dromi quien, a comienzos de los años 90, se autodefinía como el arquitecto de las privatizaciones. Una a una siete empresas estratégicas pasaron a manos privadas: Aerolíneas, Entel, peajes, líneas de trenes, YPF, ATC y radios.
El país vivió una fugaz primavera por la lluvia de indemnizaciones, de Usuhaia a La Quiaca. A los despidos les siguieron las industrias del cuentapropismo. Remises, kioskos y almacenes brotaron por doquier. Y también eso se acabó.
La primera señal de que el modelo privatizador, el de un Estado de rodillas llegaba a su fin, ocurrió en el sur del país, en Neuquén, en 1996. Plaza Huincul y Cutra Có le dijeron ¡basta! al país del saqueo, la pizza y el chapagne. En estas ciudades, YPF levanta parte de sus oficinas y quedan sin trabajo 3.500 operarios, en 1991, y la sangría continuó. Cuando estallan las puebladas, de los 28.000 adultos mayores que vivían directa e indirectamente de la petrolera, 5.000 estaban sin trabajo. Casi el 20 % de la población activa. "Es
el modelo", me decían políticos de entonces, sin ponerse colorados.
Los manifestantes toman dependencias estatales y privadas y ahí nacen los piquetes, esa nueva modalidad de protesta que marcaría el rumbo de las manifestaciones populares hasta hoy. En ese junio de 1996, en Jujuy se realizó la primera Marcha de la Dignidad, desde La Quiaca hasta la capital jujeña, con el dirigente Carlos "Perro" Santillán y el cura Jesús Olmedo, párroco de La Quiaca, a la cabeza. Algo comenzaba a cambiar, lenta e inexorablemente.
De ahí en mas, las postales se sucederían de un modo único e irrepetible. Más cortes de rutas, piquetes y represión hasta la semana en la que tuvimos cinco presidentes. Luego, la Alianza. Nuevos fracasos, más protestas y las jornadas trágicas de los 19, 20 y 21 de diciembre de 2001. Por abajo, en silencio y aún de modo subterráneo, comenzaban a surgir nuevos actores sociales y políticos, formados en medio de ese otrora caótico y contradictorio país. Y llegó Néstor Kirchner.
El anuncio de Cristina Fernández de Kirchner de que volverá a manos argentinas la empresa YPF me disparó esos y muchos otros recuerdos. Fue el tiempo de la calle, cuando junto a otros compañeros resistimos las políticas menemistas desde el lugar que ocupaba entonces, la Universidad, a donde también llegó la ola privatizadora, a su modo. Por entonces, el futuro era una quimera. Inasible, era mejor no pensar en qué sucedería.
El discurso de la Presidenta contrastó con el de aquel Menem que amenazaba con el "ramal que para, ramal que cierra". Un abismo los separa. En el medio, se sancionó la anhelada nueva Ley de Medios, junto a una batería de medidas de raigambre popular, mas no populistas. El árbol no me tapa el bosque, hay cosas por corregir, siempre se puede estar mejor, pero algo es seguro: esta Argentina ya no es la misma. Ya con hijos, ahora me animo a imaginar ese futuro, no sólo por mi presente, también por el de ellos. Soy David Correa, periodista.
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