La libertad de expresión no se negocia, cueste lo que cueste. Esta afirmación martilló mi conciencia durante todo el día. La repetí al cansancio para mí mismo a raíz del repudiable atentado a la revista parisina de humor satírico Charlie Ebdo que le costó la vida al director de la publicación Stéphane Charbonnier y a los principales dibujantes del semanario, Cabu, Tignous y Wolinski.
El alineamiento de Francia con la política de invasión de Estados Unidos, entre otras razones, se esgrimieron
entre las razones de quienes pretendieron encontrar una respuesta a la barbarie. Discutí con quien hoy, incluso, me sugirió que con sus tapas los dibujantes de Charlie Ebdo profanaban lo que para algunos es sagrado: la religión. Discutir sobre ello es inútil. Es humor y libertad, nada más y nada menos que eso.
Casi que no me alcanzan las palabras para describir la bronca, impotencia y repudio ante la barbarie terrorista. La libertad de expresión no se negocia y es un principio que deberíamos enarbolar en nuestro país y en cualquier lugar del mundo, sin importar el supuesto costo que haya que pagar por ello. La sociedad lo agradecerá, de eso estoy seguro.
"El acto de desobediencia, como acto de libertad, es el comienzo de la razón" (Erich Fromm)
Necesitaba escribirlo, ante tanto horror.
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